miércoles, 26 de julio de 2017

OPOSICIONES

A mi amigo Manolo Fernández Real, compañero de pesares este curso de estrafalaria legislación educativa. Este año no hay oposiciones, y he de decir que las echo de menos. No en vano estuve unos años yendo a ellas una y otra vez como el enamorado, sea hombre o mujer, va a su amor verdadero sin temor a que le dé calabazas, porque sabe que las calabazas forman parte del juego amoroso, igual que los suspensos son parte consustancial de la vida de un estudiante. ¡Ay de aquellos enamorados y estudiantes que no reciban calabazas, porque sufrirán los padecimientos de una vida insulsa por los siglos de los siglos! En la candidez de entonces, alimentada por mi ptosis palpebral congénita y por mi inocencia ventral, pesaba uno que las oposiciones eran algo incólume, donde se concurría en igualdad de oportunidades como marca la ley, y no funcionaban allí las recomendaciones ni los tratos de favor: eso era cosa solo de los ayuntamientos pequeños, donde se favorece a los allegados y buscavotos. Con la crónica de corrupción de los telediarios, que ya ocupa más tiempo que el dedicado a la liga de las estrellas-que-también-defraudan, y que ya no veo porque enmierda mi plato de comida, he llegado a la conclusión de que la miseria humana es una gruesa línea que va desde la cabeza a los pies, desde las más altas magistraturas al último de los funcionarios avieso porque, aunque nacemos sin pecado original al contrario de lo que nos enseñó la Iglesia, las apetencias de este mundo nos hace en muchos casos querer medrar a costa de lo ajeno. De fraude de ley podíamos denominar la puesta en marcha de la Lomce, cuyo acrónimo es impronunciable por culpa del grupo eme zeta, inexistente en español. Por culpa de un ministro que tal vez iba para ver-me de cocinero, por hacer un burdo juego de palabras con su apellido Wert, y se encontró en el despacho de un ministerio con ganas de pasar a la historia poniendo su firma bajo una ley de educación, hemos padecido un curso como el rosario de la aurora. Por ejemplo, hasta el mes de febrero no se ha sabido cómo iba a ser la prueba de selectividad, que ahora se llama PREBAU o PREVAU, porque de ambas formas aparecía en los papeles como evidencia del pisoteo al que los gobiernos de nuestro país están sometiendo el sistema educativo. Solo alcanzo dos explicaciones plausibles a este desafuero: o los políticos son ignorantes y no dan más de sí; o bien, son grandes ignorantes y pretenden que se cultive su ignorancia en las aulas para que así los futuros adolescentes votantes les voten a ciegas, como en el amor verdadero. Gracias a los cafés de Belli y María en el bar Teatro hemos sobrevivido. A eso, y a que después de 25 años de oficio y 5 leyes educativas en el zurrón uno tiene medianamente claro que no ha de perder de vista el sentido común, que es lo que tenemos delante todas las mañanas al tiempo de poner la carpeta sobre la mesa en clase y dar los buenos días: un ramillete de adolescentes que persiguen sus sueños con ahínco.