viernes, 26 de mayo de 2017

Una mochila pesada

Se levantó aquella mañana con algo parecido a una resaca a pesar de que estaba seguro de no haber bebido la noche anterior. Llevaba a sus espaldas una mochila pesada que contiene una de las mayores injusticias del mundo: más de ocho mil niños van a morir de hambre hoy, y él no va a hacer nada para evitarlo. Le gustaría estar cerca de alguno para contagiarse de su valentía, pero no sabe cómo hacerlo o no se atreve a intentarlo. Casi como un zombi, abre el frigorífico, atiborrado de los alimentos que compró el día anterior en un supermercado gigante, y siente una arcada en el estómago, porque ha leído recientemente el dato en la web de Acción contra el Hambre: en el mundo se tira un tercio de los alimentos y con ellos se podría acabar con el hambre en el mundo. Su perrito lo mira con ansiedad, ajeno a sus quebraderos de cabeza, esperando su salchicha matutina. Él se la pone en la boca, y cae en la cuenta de que no ha visto jamás a ningún animal con problemas de obesidad: me gustaría haber nacido animal, piensa, un simple insecto hubiera sido suficiente. Cierra el frigorífico y enciende la radio, y en aquellos instantes una periodista habla de la jornada de la Liga de las Estrellas de ayer, donde unos deportistas cobran sueldos extraterrestres, propios solamente de aquellos planetas donde nadie muere de hambre. Cambia el dial, y ahora es un periodista quien con voz entrecortada, no podemos saber si por su bisoñez o porque sabe lo que está diciendo, relata la crónica de corrupción política, a la que en estos años de crisis bien podríamos añadirle el adjetivo terrorífica, puesto que al mismo tiempo que llevaban a un cuarto de la población española a la pobreza, algunos de estos servidores públicos robaban el dinero de todos. Tira del cable de la radio, y la voz del periodista se va apagando a cámara lenta. Se bebe de un trago un vaso de leche, a secas: de un tiempo a esta parte también le producen arcadas los alimentos light y otros sucedáneos. Agarra en la mesa desordenada uno de los libros que allí se amontonan, 100 ejemplos de resilencia; se coloca al cuello la correa del perro, que ladra de alegría; y camina con firmeza hasta el océano, empeñado en ver en el horizonte, también hoy, la esperanza de un mundo más justo en el que todos podamos morir en paz, como lo hacen cada uno de esos niños de mirada valiente cada día.